La que nos dieron

Alguno que otro se llevará las manos a la cabeza, pero creo que la literatura que se da en el instituto es bazofia comparada con el tono ameno y divulgativo con el que se da en la universidad. Y la culpa no es de los alumnos, es de un sistema viciado por su obsesión con que las personas no son más que recipientes de Gracia. Luego llega uno a los estudios superiores y se da cuenta de las letras, además de dibujarse de izquierda a derecha y de arriba abajo, sirven para decir cosas.

¿Qué adolescente de quince años tiene ganas de leerse La Regenta? Vamoavé. Lo mismo con El Quijote, o el Cantar del mio Cid, o cualquier clásico. Darle a un chaval ansioso un ladrillo intelectual no hace otra cosa que fomentar su odio visceral hacia todo lo que huela a inteligencia. «¿Quieres caldo? Pues toma siete tazas». Y no es que esté justificando no leer material con sustancia complejo; lo digo como aficionado más al ensayo que a la novela, y más a los problemas que a las soluciones. Lamentablemente no todo el mundo tiene igual disposición para abrir un libro y enfrentarse al texto

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«Querido presi. voy a enseñarle que el libro no se coge del revés.»

Cuando estaba en el instituto, me hicieron leer, entre otras perlas, Niebla (de Unamuno), y Rimas y Leyendas (de Bécquer). Honestamente, son grandes, pero aún recuerdo las prisas para leerme el segundo porque no me daba tiempo. Me gustaba, de verdad, pero era imposible digerir tanto en tan poco tiempo. Todo, «porque los nenes lean a Gustavo». Con una antología de cuentos contemporáneos bien formada nos habríamos ahorrado mucho sufrimiento.

Ni que decir de los temarios: ya no me acuerdo de nada. Cada tema  eran dos páginas, con dos nombres, dos fechas, dos ciudades y dos obras descatacas. Ah, y dos fotos, una de un señor pintado y otra de una caserón que a saber dónde para.

Más tarde un servidor llega a la universidad, descubre la diversidad de la literatura del último siglo y se lamenta de que no le hayan mandado leer nada de eso antes. Habría disfrutado mucho más leyendo relatos de Cortázar, Borges, etc. Y que no se asuste nadie: siguen siendo clásicos.

Esto sí, clásicos actualizados, contemporáneos a nosotros. Incluso muchos de los autores todavía tienen patitas y andan por el mundo. Sería interesante invertir el orden de enseñanza: empezar por lo último, y como Nietzsche hizo con la moral aplicar una especie de etimología de la literatura; ir hacia atrás, e indagar en cómo se ha provocado. De Juan Rulfo saltaríamos a Jorge Luis Borges; de Borges podríamos ir a las vanguardias; de las vanguardas a la generación del ’14; llegamos a las de ’98. Y, a poco que retrocedamos hasta el romanticismo, llegamos al bachillerato entendiendo por qué somos como somos. Eso, o intentamos que niños de primaria que acaban de pisar la ESO entiendan quién es Rubén Darío (que, por suerte, creo que todavía no está en su temario). Mucho mejor les iría con Laura Gallego.

Los de Valencia tenemos otra lacra añadida. Insisto: con todo mi respeto. Otras dos páginas, con otros dos nombres, otras dos fechas, otras dos fotos, otras dos obras… y citas en Valenciano antiguo. Vete tú a saber cómo motivas a a un chico de catorce años para que entienda un poema de rima asonante (o, directamente, carente de rima formal) ¡en Valenciano antiguo! Sólo me acuerdo de Joan Fuster, y de milagro. Tal vez el resto de España (un país cercano a México) no me entienda; quien ha tenido que empollarse semejante antipedagogía sabe de lo que hablo. Y lo peor de todo es que no es malo; sencillamente, nos hacen jugar en primera con cerebros de tercera.

Otro punto es la supuesta manía que se le tiene a que se lean obras traducidas. No seamos puristas, que estamos enseñando. Porque, si queremos ser puristas, o lo somos del todo, o nos sinceramos e intentamos hacer lo que toca, que no es decirle a nadie cómo vivir, sino darle lar herramientas necesarias para que se desenvuelva él solito. Dicho esto, ¿por qué no incluir obras de ficción anglosajonas en Lengua Española? «¡Sacrilegio!» ¿Qué tiene de malo que lean Ubik, o al propio Lovecraft, si luego van a salir animados a devorar lo que caiga entre sus manos? A fin de cuentas, creo que de eso se trata: de que llegados a adultos cierta melancolía les haga seguir leyendo, no de que presuman ante sus hijos de que cuando eran pequeños sobrevivieron a un holocausto lectoril. Yo leí El juego de Ender y, ni la traducción es mala, ni veo por qué no le va a gustar a un chaval con ganas de acción y un argumento atractivo. Y eso que tiene más de trescientas páginas (y el Premio Hugo y el Premio Nébula, que ahí quedan, por si algún cultureta sabe todo lo que representan).

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Una profesora (maniática y con problemas emocionales que a día de hoy todavía es incapaz de reconocer) nos encargó leer La sombra del viento. ¿Es bonito? Sí. ¿Vale la pena? Relativamente. ¿Entonces, por qué te quejas? Porque no es normal que gastásemos cuatro meses de un curso sólo para leer algo que le había hecho gracia a la profesora. En ese tiempo podríamos haber leído dos antologías (sí, soy forofo de relatos enfrascados) y un par de libros más, y sin exagerar.

Por si algún docente me lee, voy a proponer unos cuantos textos «no tan académicos», para que les eche un vistazo. Estoy seguro de que acabará convencido de su calidad:

* SCOTT CARD, ORSON; El juego de Ender, Zeta Bolsillo, Barcelona, 2006 (10€)

En un mundo amenazado por una raza alienígena conocida como Los Insectores, la natalidad ha sido limitada a dos hijos. Pero en la familia de Ender la genética es tan prometedora que el gobierno les permite el nacimiento de un tercero.

El joven Ender ingresa en la academia militar, donde sin saberlo es entrenado en batallas en gravedad cero como algo más que un soldado: como un estratego capaz de guiar a la humanidad hacia la victoria.

* DICK, PHILIP K.; Ubik, La factoría de ideas, Barcelona, 2009 (10€)

Más o menos como reza la sinopsis: «Glen Runciter ha muerto. ¿O lo han hecho todos los demás? Alguien murió en una explosión organizada por los competidores de Runciter. Y es el funeral de Runciter el que está programado en Des Moines. Pero, mientras tanto, sus empleados reciben extraños -y en ocasiones escatológicos- mensajes de su jefe. Y el mundo que les rodea está cambiando de formas que sugieren que se les está agotando el tiempo. O que ya lo ha hecho…»

Sencillamente, brutal.

* HADDON, MARK; El curioso incidente del perro a medianoche, Salamandra, 2004 (16’50€)

Christopher Boone tiene síndrome de Asperger. Es una suma de comportamientos extraños para el resto de la sociedad, pero este libro nos descubre su lógica interna, a fin de cuentas coherente, y cómo percibe un mundo adulto que es mucho más inexplicable y entrópico, mucho más absurdo, de lo que a nosotros nos parece.

Una lección de modestia para todos aquellos que se toman la vida demasiado enserio y para quienes personifican sus problemas sin pensar en la suerte que tienen.

* PRATCHETT, TERRY; Dioses Menores, Debolsillo, Barcelona, 2003  (8€)

Situada en el Discomundo (una paródica tierra creada por el autor, suma de todas las mitologías y absurdidades humanas), el discípulo Brutha se enfrentará a una de sus máximas autoridades religiosas, Vorbis, en una pugna ideológica, teológica, (y en ocasiones mortal), por la creencia en el dios Om.

Mientras uno se aferra a una tortuga que dice ser la supuesta divinidad, el otro justifica sus decisiones destructivas mediante su posición dentro de la organización religiosa.

Una crítica amena e intelectual al pensamiento clásico, la Inquisición Española, la fe desmedida, el misticismo y los Dioses Olímpicos, donde Muerte se pasea como una funcionaria de la realidad tratando a los fallecidos como meros trámites que lloriquean porque no quieren ir al Inframundo.

* STRAUSS, NEIL; El método, Planeta, Barcelona, 2008 (10€)

La novela autobiográfica de Neil Strauss, redactor del New York Times, donde cuenta sus andanzas con Mystery, la persona que le introduce en una comunidad mundial de maestros de la seducción.

Pese a que en un principio pueda parecer vulgar, es la obra bien escrita de un tipo que pasa de ser introvertido y poco  hábil socialmente a convertirse en un buen orador, un buen negociador y, lo más importante, una buena persona

Con un fin moralizante, nos encontramos un trayecto  lleno de imprevistos: desde ligarse a una supermodelo sin saberlo hasta acabar conviviendo en una mansión en Hollywood con Courtney Love. Incluye fragmentos de correos reales enviados a las listas de los socios y decenas de consejos para cautivar a la gente. Pero, lo mejor, es la lección de modestia (que no desvelaré).

Somos una generación cinematográfica. Lo queramos o no, lo quieran o no, disfrutemos o no con ello. Es imposible cautivar a un chaval de hoy en día haciéndole sufrir con la literatura. Entregadles lo que les guste y, cuando muerdan el anzuelo, bastará con tirar de la caña. Cada vez algo más complejo, algo más anacrónico, algo que sugiera que en otros tiempos el mundo se vio de otras formas. Pero todo pasa por asumir que los recursos retóricos de hoy en día son nuestro lenguaje de hoy en día, la forma en la que nos entendemos y nos comunicamos. Dadles elipsis, prolipsis, analepsis, diálogos internos y contrapuntos, y pronto buscarán la tábula rasa donde éstos se engendraron.

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